Y
me encuentro esta noche contemplándote mientras duermes, cálido, tranquilo y
sonriente; el cuerpo desnudo y tus brazos rodeando la almohada que has hecho
tuya desde que llegaste, ha pasado tanto tiempo desde entonces…
Cedí
al encanto de tu personalidad, a la magia de tu mente, a la sutil seducción de
tu cuerpo y la nobleza de tus emociones; siempre procurando una sonrisa que compartir
aun cuando por alguna situación has caminado alterado e impaciente por los
momentos no tan agradables que la misma situación provocaba.
Ayer
por la noche, mientras nos detuvimos a beber una taza de café en el lugar de
siempre, pude percibirte distinto; descubrí que me escuchabas atento y
observabas meticuloso lo que yo hacía. Ahora sabes interpretar mi silencio, mi
mirada, mi postura, mis sentidos; tal cual puedo yo interpretar cada uno de tus
gestos y el exquisito lenguaje de tu cuerpo cuando callas.
Nos
hemos vuelto cómplices del tiempo y espacio que compartimos, hemos permanecido
juntos en momentos buenos y en otros no tanto, nos hemos apoyado uno a otro
cuando se ha necesitado; y con el tiempo hemos aprendido a conversar y a
escucharnos para encontrar caminos oportunos y óptimos a cualquier situación
procurando no evadir la realidad.
Nadie
es perfecto, yo no lo soy y sé que tu tampoco lo eres; conoces mis defectos y
disfrutas mis virtudes y valores, sabes lo que me hace feliz y lo que
entristece mis días, así como lo que se de ti; lo que me gusta de ti y lo que
no. Pensamos distinto y aun así coincidimos en tanto… estamos juntos.
Un
año podría parecer nada con lo que nos hace falta por compartir, sin embargo es
suficiente para entender que es un lazo mucho más agradable lo que hoy nos
permite vivir y sentir, algo que simplemente percibo como inolvidable.
.
. .
El
castillo lucía desolado, el elegante dorado de los cuadros colgados en las
paredes había perdido el brillo, el jardín parecía devastado y sin vida, y no había más que hojas secas que el viento
azotaba en la tierra pálida. El rey dormía tantas horas como le fuera posible para
sanar las heridas que la tormenta y su estancia en el campo de batalla habían
dejado en su piel. Era silencio absoluto lo que se escuchaba en los pasillos, las
cortinas permanecían cerradas la mayor parte del tiempo y solo resonaba el eco
de las fiestas ostentosas que en el palacio se ofrecían por gusto propio y por
el protocolo que el reino exigia.
El
rey había planeado retirarse antes que los demás pudieran ver como se
deterioraba, era mejor hacerlo entre las
paredes del palacio y dejar la cima con una sonrisa por tras disfrutado tanto,
exageradamente quizá, pero era su muy particular estilo de vida; el mismo que
lo llevo a vestirse siempre elegante y disfrutando sus pasos cuando los demás
volteaban y le sonreían amablemente; mientras otros le destilaban envidia con
la mirada.
Caminaba con clase y coraje
siempre, sonreía con la distinción de un noble y conversaba con la gracia y
encanto de alguien que disfrutaba vivir cada momento sin detenerse. Y de la
misma forma disfrutaba rodearse de personas que amaba y que algunos hasta el
día de hoy permanecen cerca. Se detenía en donde deseaba, dejándose ver en
lugares propios y adecuados a su vida, discreto y sobrio cuando la ocasión lo
requería y atrevido cuando se lo proponía, siempre exquisito.
Era una vida, al parecer,
completa y brillante.
Pero
poco a poco empezó a perder el control de su propio destino y lo que no era
propio empezó a seducirlo de una forma por demás intensa, hasta dejarse
consumir en vicios que más allá de mantenerlo siempre despierto y vivo,
empezaron a sepultarlo hasta desatar una cadena de eventos tristes y
desesperantes propios de un perfil socialmente inaceptable y decepcionante.
Drogas y excesos.
Y
en ese ambiente tan oscuro, ácido y bestialmente adictivo encontró lo que lo
hundió hasta aplastarlo en los vicios emocionales más raros y absurdos que un
ser humano podría siquiera soportar un solo segundo; estaba ya en el infierno.
Ahí mismo intento caminar y levantarse, consumiéndose entre las llamas del
mismo, siendo devorado por quienes murmuraban su visible derrota, piedras hirviendo
que quemaban su piel, labios que mordían los restos de su reputación quitándole
la poca dignidad que quedaba en el.
Fue
así como cayó sin más fuerza que para cerrar los ojos… casi muerto.
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. .
Cierto
día despertó y no encontró más que sangre a su alrededor, cristales rotos,
recuerdos destrozados e imágenes crueles en el paisaje de su habitación. Los
paisajes en las pinturas de la sala principal se habían apagado ya, las plantas de los
pasillos habían muerto también, la alfombra que cubría los escalones de la
escalera principal lucía descolorida.
Se
levantó de la cama e hizo a un lado las sabanas que despedían ya un olor putrefacto,
camino sobre pedazos de vidrio lastimando la piel en sus pies y sin gesticular
dolor alguno en su rostro continuo su camino escudriñando cada rincón del que
en algún tiempo fue, si no el palacio más elegante, si el más agradable y digno
para un rey como el.
Era
despertar al día siguiente después de una explosión emocional que le golpeó en
el estómago haciéndolo volar hasta caer en el otro lado del campo y terminar
revolcándose en sus recuerdos: desde la niñez y adolescencia, hasta el último
día en que consiguió cubrir su tristeza con una máscara de platino que rozaba
su piel desangrándola con su respiración. Fue evidente su desesperación y
ahogando sus sentimientos en un grito consiguió quitársela para poderla aventar
tan lejos que aun en la distancia escuchó el ruido tan singular del metal al
golpear la superficie.
Empezar
de nuevo y reconstruir cada uno de sus espacios arrastrando la acidez mental para
conseguir sanarla era un verdadero reto y había que asumirlo.
Se
acercó a una de las ventanas más grandes que daban al jardín trasero del
castillo, corrió las cortinas y con ello se levantó una nube de polvo que lentamente despejó el
paisaje.
Era
un verde exquisito y delicado el color que teñía la pradera, en donde se
delineaba un pequeño rio que bajaba de una de las montañas, abrió la ventana y
respiro la frescura del amanecer, escuchó la música de una gaita que estaba
siendo tocada en algún lugar cercano. La mañana parecía nublada, triste para
algunos, pero para él era simplemente espectacular y reconfortante después de
tantos días en la oscuridad.
Las
hojas de los árboles se estremecían con el viento. Se encaminó a la sala de
estar y acarició un sin número de recuerdos, atravesó el espacio sin detenerse
un solo momento, solo quería salir y disfrutar lo que el reino le devolvía.
Encontró
la puerta que lo llevaba a la parte trasera del castillo, la misma que abría cuando
quería escaparse a disfrutar un momento de soledad, también cuando corría como
un pequeño por el jardín y se trepaba en los mismos árboles de su infancia,
aquellos que en la imaginación eran poderosos barcos que surcaba los siete
mares y que tanta adrenalina le
provocaban cuando el viento soplaba fuerte, gritaba siempre emocionado…
.
. .
Al
salir y pisar la frescura del pasto verde bañado con la brisa de la mañana las
heridas en sus pies dejaron de sentirse punzantes, uno que otro rayo de sol se
colaba entre el cielo nublado, le calentaba la piel devolviéndole el color
natural.
Alzó
la mirada al cielo y cerró sus ojos para extender sus brazos al viento, y como en
su infancia, corrió sin detenerse brincando sobre las piedras y los arbustos
pequeños que rodeaban el castillo, parecía que las flores cambiaban de posición
para observarle sorprendidas, brincó en los charcos de agua un poco fría que se
acumulaba en alguna parte del jardín y casi volaba sobre la superficie para
alzarse a la cima de la pequeña montaña que se levantaba en el horizonte.
Minutos
de placer, minutos de vida. Las nubes aun no despejaban el espacio pero
ofrecían sin duda alguna, un paisaje placentero
al rey. Aquel que alcanzaba a observarlo en la cima, podía atinar que
estaba disfrutando el paisaje mientras reposaba en aquella roca que tantas
veces le permitió libertad, dignidad, simpatía y poder.
.
. .
La
melancolía no espero más y provocó lágrimas resbalando en sus mejillas que, al
tiempo, se mezclaban con la brisa fría que se desprendía del cielo nublado.
Recuerdos agradables que le refrescaron el alma, esos tiempos que en un lugar
lejano le permitió madurar, experimentar y valorar lo que tenía a su alrededor;
principalmente a los suyos; una época de oro en su existencia, la misma época en
que fue coronado rey para así tomar las riendas de su vida en un castillo tan
singular como su misma imaginación y tan poderoso como su misma presencia.
Era
volver a sentir un abrazo de sus amigos, los que encontró en donde menos
espero, con los que compartió momentos brillantes y definitivamente
sorprendentes, aquellos amigos nobles que hoy continúan en su alma, quizá de quienes
más ha aprendido hasta el día de hoy.
Eran
retratos en su memoria, como el paisaje casi invisible de aquella tarde en que caminaba en medio de una tormenta de
nieve que ni siquiera padeció, sino más bien disfrutó como un niño travieso y
sonriente.
Era
poco más de medio día y empezó a caminar sobre la nieve, el viento soplaba tan
fuerte que provocaba la sensación térmica más fría que en vida había
experimentado, mientras por dentro se esparcía calidez, propia de la vida plena
que en ese momento disfrutaba. La nieve crujía dulcemente debajo de sus pies
mientras que la fuerza del viento entonaba una melodía salvajemente
encantadora.
Camino
un largo trecho sin dejarse vencer por la tormenta, ni por el frio que quemaba
ya su nariz que estaba tan roja y quebrada que el dolor no alcanzaba a doblar
su cuerpo.
Sin
duda alguna mostraba clase y coraje aun en momentos críticos… sin dejar de sonreír.
Volvió
a la realidad y al abrir sus ojos saboreo con sus labios la brisa que bañaba la
comisura de su boca. Se levantó para acariciar el encanto de las flores que
crecían a un lado de las rudas rocas provocando una sensación seductora. Poco a
poco se acercó a un precipicio tan alto como el mismo cielo; ahí donde las emociones
se convertían en adrenalina y poder, amo y rey.
Todo
se observaba verde y lleno de vida y placer. El mundo volvió a ser diminuto
comparado con la naturaleza de su ambición, la misma ambición que él
consideraba un arte digna de aprender y saber vivirla para no padecerla y ser
víctima de la misma; como antes.
Sus
pies descalzos estaban cerca del abismo, el paisaje era espectacular como el
mismo cielo que empezaba a despejarse, su mente empezó a cambiar tanto que la
sensación la experimentaba una vez más en cada rincón de su cuerpo, siendo consciente
de ello.
.
. .
-
Quisiera quedarme aquí pero debo atender los deberes de mi reino, debo cuidar
de mi persona y rescatar lo que me rodea y me hace tanto bien, debo atender a
la corona que me ha llevado tantas veces a la cima y que merece toda mi atención,
la misma que merece mi vida: mi reino.
.
. .
Empezaba
a anochecer y debía volver al castillo, las horas habían pasado casi
desapercibidas ante sus ojos. Caminaba lento, disfrutando el paisaje ahora un
poco más oscuro, apenas se dejaban ver las
estrella cuando las nubes grises lo permitían, la luna permanecía escondida.
Respiraba profundo para refrescarse el alma… así volvió y entró al castillo,
ahora con un mejor semblante.
Recorrió
los espacios y mientras lo hacía levantaba lo que dolía y lo colocaba poco a
poco en un carruaje dorado que estaba listo para llevarlo y dejarlo caer hasta
estrellarse en algún desfiladero cercano al castillo. Lo hizo sin darse cuenta
del tiempo y al regresar a su habitación el palacio había quedado liberado de
objetos y recuerdos inservibles.
Cambio
las sabanas de la cama y al extenderlas suspiro la frescura de la noche, eran suaves
y sedosas, dignas de un rey. Se recostó y empezó a escuchar las voces de los
ángeles que le arrullaron mientras cayó en un sueño profundo.
Soñaba
vida, soñaba sonrisas… soñaba que volaba sin dejar caer la corona de su reino.
Despertó.
Tenía
la delicada sensación que habían pasado suficientes días en los que había
dormido, su sonrisa era distinta, quizá intensa. Su cuerpo transpiraba
tranquilidad y sus emociones parecían haberse liberado de lo que una mañana
antes era un campo de batalla devastado y totalmente consumido en un infierno
del que pudo sobrevivir.
Sentía
como la sangre corría por sus venas anunciando un amanecer plenamente mejorado,
sus pies habían sanado y sus recuerdos poco agradables habían quedado rezagados
en su memoria. Tomó un baño relajante y refrescante con agua tibia mirando el
paisaje verde a través del ventanal, ahora disfrutaba sentir la piel mojada.
Se
vistió elegante y sobrio, la ocasión lo requería.
Estaba
listo para reacomodar el espacio, para desempolvar los años de oro y mejorar el
aspecto del palacio hasta conseguir un brillo distinto, uno completamente
sensual tal cual su personalidad. Y así lo hizo, logró que hasta las paredes
expresaran lo que habitaba en el interior de su persona, tan noble y leal como
un príncipe, educado y poderoso como un
rey; siempre humilde y culto como
cualquiera con deseos de vivir y dejar huella en los demás.
Miraba
detrás de sí mismo y solo encontraba un deleite emocional después de desechar
lo que ya no era prudente conservar siquiera en la cercanía de su memoria.
Sonreía...
Encontró
tiempo para disfrutarse a sí mismo, para relajar su mente y para hacer lo que
tanto amaba: leer y escribir. En una
noche oscura de otoño mientras caminaba tranquilo en los empedrados cercanos al
palacio, se detuvó a acariciar con la
mirada el vaivén de las hojas de los árboles y observaba como se colaba la luna
entre los altos pinos del camino.
Ocasionalmente
se escuchaban las ruedas de los carruajes tirados por caballos elegantes que
transitaban a un lado suyo; alguien de vez en vez se detenía para saludarle y
abrazarle por verle de nuevo. Emociones
para el rey.
La
noche parecía eterna y siempre disfrutable, así después de unas horas se
encontró con un viejo amigo. Sonrieron al verse, fue un abrazo más bien honesto
y noble; se sentaron en alguna banca debajo de esas lámparas que iluminaban la
oscuridad del empedrado y conversaron de tanto que de pronto se escuchaban
carcajadas y sonrisas.
Poco
antes del alba, el rey se retiró al palacio despidiendo a su amigo, ambos
prometieron encontrarse pronto.
Así
sucedió, y no solo en una ocasión sino en varias siendo estás más y más
frencuentes, ya no eran charlas al anochecer, hasta que el tiempo permitió que
el rey le invitara a comer en la tarde de un sábado de noviembre.
El
castillo lucia diplomático y apropiado, el invitado preparó platillos
exquisitos para esa tarde.
Charlaron hasta poco más de la media
noche, hablaron de todo, conversaron sobre sus planes, hablaron del pasado y
disfrutaron hasta la sonrisa más simple.
El
rey había experimentado paz consigo mismo en los días previos, lo que le
permitió sentirse tranquilo con la compañía del invitado, ahora sonreía
nuevamente desde dentro lo que se percibía hasta en el rincón más alejado del
castillo.
Al
amanecer, agradeció la hospitalidad y el invitado se marchó.
Pasó
el tiempo y siguieron conviviendo, a
veces en la discreción del castillo y otras más en las calles del pueblo. La
convivencia permitió todo, y cuando menos se lo esperaba, el ahora consorte ya
vivía con el rey en el mismo palacio. Lo que le valió muchísimas críticas y
también sonrisas, así fue introduciéndolo en su mundo, en su imperio;
presentándolo con sus más cercanos y muy queridos amigos; quienes siempre
estuvieron cerca de él en todo momento.
...
Yo
soy The Legendary King Raynier Of The Royal Kingdom, y he vuelto a dejarme ver durante la noche que tanto amo acompañado del
ahora Su alteza real El Príncipe Consorte… y ha sido tal como lo cuenta la
misma historia. Tan transparente para muchos, tan perturbador para otros que
intentan herir murmurando y escupiendo veneno, pero esto ha sido siempre noble, transparente y agradable para ambos.
El
día es perfecto… como una obra de arte, como tú.
W.E.
MASTERPIECE
“People called the greatest love
story of the year…
but nobody stood for, he was the most despised
man around.
Nowdays, The Legendary King is
still charging his duties as a King
with the support of the one he loves.”
H.M. The Legendary King Raynier