Y una nube negra oscureció la
inmensidad del paraíso, poco a poco las estrellas se perdieron en el infinito.
El viento alcanzó la fuerza necesaria para levantar la más furiosa de las
trombas marinas nunca antes vista por los mortales.
Una vez que el horizonte se
confundió con el azul oscuro del cielo, el viento trajo el murmullo oportuno
que provocó miedo en aquellos que poco a poco se acercaban a observar en la
orilla de la playa; era el morbo y la incredulidad de lo que no vivían en su
propia vida. Algunos corrían a resguardarse detrás de las palmeras y los demás
encaminaban sus pasos a la cima de las montañas alrededor de la playa.
El día final había llegado.
El horizonte lucía tan enigmático
como la misma oscuridad. Los Demonios Maestros tocaban instrumentos desde algún
lugar en el infierno, ambientando así el espacio mortal.
Se escucharon docenas de cuernos
y las aguas se levantaron al infinito en una cortina brillante que al caer
reveló la presencia de las siete bestias. En el lado derecho una pantera y una
serpiente Krait tan negros como el mismo peligro y en el extremo, un toro con
la cabeza baja y los ojos brillantes retando al destino. En el lado izquierdo:
un doberman y un lobo con el hocico listo para destrozar cuerpos. Un cuervo; el
último de la fila, con las alas extendidas graznando con toda su potencia.
La música se volvió un completo
desafió a la tranquilidad. Y para complementar la sobriedad letal del paisaje,
un caballo oscuro en la retaguardia, acomodado de lado y relinchando vez en
vez. La última estrella se extinguía en el firmamento.
Entonces, la oscuridad se iluminó
con rayos de luz espectaculares que, tan pronto la velocidad permitía, eran
coronados con truenos ensordecedores marcando la calma de las siete bestias que
esperaban pacientes. El mar se extendió al cielo y en sincronía con los rayos
volvió a caer sobre su misma superficie.
Entre inmensas olas y espuma
blanca apareció El Rey, quien en un movimiento en el viento consiguió colocarse
en el medio de las bestias. El caballo negro le cuidaba la espalda, entonces ya
relinchaba dejando ver su esplendor majestuoso cual animal elegante. El Rey
vestía un traje negro del que se distinguía mientras estaba suspendido en el
viento. Sus ojos lucían tan enigmáticos que destilaban la fuerza que poseía, su
cabello volaba en el viento mostrando la majestuosidad de un demonio… una bestia.
Extendió sus manos y con
movimientos lentos comenzó a alterar la tranquilidad de las aguas, cada vez más
y más hasta levantarlas al infinito, el sonido era espectacular y aterrador al
oído de aquellos mortales, pues el cielo volvía a iluminarse con fuertes rayos
seguidos de intensos truenos que provocaban la sonrisa del Rey.
- Aquí estoy, he vuelto. Este es
mi territorio, mi paraíso… el infierno de muchos.
Alzó sus brazos y la mirada al
universo y gritó:
- Maldito aquel que ha escupido
palabras en mi contra. He descubierto su traición y no son dignos en mi reino.
Esta noche sufrirán la crueldad y la ira de mi fuerza. No tengo piedad de
nadie.
El Rey se elevó a lo más alto del
paisaje mostrando el encanto de su rostro y la fuerza de sus rasgos, mientras las
siete bestias que le rodeaban caminaban lento para acomodarse en la posición
perfecta para atacar. Las bestias se encaminaron sobre el viento escoltando los
pasos del Rey quien destilando ira con su mirada caminaba elegante hacia la
arena de aquella playa.
- El infierno nace una vez más
para mostrarme tal cual soy, sin miedo a nada y con la firme intención de
asfixiar a todo aquel que ha intentado hacerme perecer en mi trayecto.
El tono de su voz era desafiante,
pero hablaba con tranquilidad. Misma que hacía sincronía con cada uno de sus
pasos y con su mirada. Dejó caer parte de su vestimenta sobre la arena, dejando
al descubierto parte de sus brazos, sus dedos eran espectacularmente bien
delineados y sobre su piel llevaba tatuados símbolos hindús que se extendían en
la piel de sus brazos, cada línea era delicada y tan negra como su mirada.
- Soy aquel a quien ustedes con
sus palabras castigaron hasta hundirme en el más peligroso de los abismos – Se
expresaba con firmeza.
- Aquel quien mientras caminaba,
le escupían veneno y enterraban espadas en el cuerpo. Hoy estoy aquí dispuesto
a recuperar mi territorio… y mi dignidad.
El horizonte empezaba a arder en
llamas que iluminaban la oscuridad, era el rojo perfecto mezclado con un tono
amarillo definiendo el ocaso.
De nuevo la música de los
demonios en el silencio de la noche. Un cuerno anunció el peligro y entonces El
Rey volvió a moverse, el viento sopló fuerte sobre el escenario y los árboles
empezaron a moverse por la fuerza del mismo. El destino estaba cerca y con
ello, la destrucción de los últimos días.
Muchos de los que se resguardaban
entre los árboles y palmeras corrieron contra El Rey, llevaban estacas en sus
manos, algunos con palos encendidos y otros más levitando en oraciones para
terminar con la vida del demonio en el que se había convertido después del
exceso.
- Bienvenidos sean.
Miles de voces gritaban con
rabia, algunos escupían muerte, otros palabras para purificar a quien era
imposible calmar. Mil lamentos, mil y un pecados, voces, gritos, dolor, ira.
Seis de las siete bestias asesinaban sin piedad; se escuchaba el graznido del
cuervo enterrando el pico en la mirada de quienes tantas veces juzgaron los
actos del Rey; la pantera con toda su rabia, sangraba la piel de aquellos que
escupían palabras humillantes cuando El Rey parecía perderse en el abismo de su
existencia. La salvaje respiración del toro anunciaba enterrar sus cuernos en
los cuerpos vírgenes y puros que criticaban el erotismo sexual de su majestad.
La serpiente inyectaba tanto veneno podía en aquellos que oraban por
tranquilizar la vida de quien había nacido para disfrutar el holocausto de una
noche atrevida, el perro destrozaba decenas de cuerpos y el lobo mutilaba la
decencia de muchos.
El paisaje era espectacular a los
ojos del Rey, quien sonreía mientras se acomodaba en el lomo del elegante
caballo negro, mientras caminaba, pisaba tantos cuerpos se atravesaban en su
camino, algunos con la mirada propia del miedo ante la muerte y otros exhalaban
el último de los suspiros.
Entonces se escuchó una voz en el
viento:
- Has llegado por fin, The
Legendary King ¿Has pensado en lo que arrastras de tu pasado? Alguien más
adelante vengará la muerte de todos, ha sido un placer esperarte.
Y entre
llamas apareció El Principe, que si bien no era poderoso si era bastante astuto
en el arte de la muerte.
Las bestias voltearon en
sincronía al final del camino para observar cómo se erguía aquel mortal que
venía dispuesto a todo. Su rostro se distinguió en contraste con el rojo del
cielo, era el mismo que alguna vez fue aliado del Rey. Aquel que compartió el
secreto y el hambre por la destrucción. Aquel que cuando El Rey cayó al abismo
se esfumó desconociéndole y negando su fortaleza.
- Había esperado por ti tanto tiempo, tu me
enseñaste el arte de la muerte y estoy aquí para destruirte. Debes morir. -
Pronunció mientras observaba detenidamente el rostro del Rey.
- No tengo miedo de lo que eres,
solo precaución de tus labios. Tu el
maldito de los mortales, aquel que me besó haciéndome acariciar la
naturaleza de tu estúpida existencia, el de la piel que más de una vez me
envolvió en las noches frías. Ese eres tu… el de los pasos silenciosos, el de
la mirada ardiente, el de las palabras ácidas y letales. Yo también te
esperaba.
Y sin más tiempo ambos
desenfundaron espadas de platino y diamante.
Relámpagos.
Gritos ensordecedores cuando uno
conseguía lastimar la piel del otro, lamentos en el viento cuando el filo de
las palabras hería la memoria del oponente. Uno a uno, sin descansar lastimaba
al otro.
El sudor en la piel de ambos, los
ojos rojos despidiendo el infierno de sus cuerpos y la respiración intensa eran
una prueba magnifica del paraíso letal que estaban viviendo. El Rey y El
Príncipe, ambos con la misma intención de establecer el dominio final a costa
de su propia muerte.
Ambos volaron en el viento hasta
encontrarse frente a frente. El Rey cerró los ojos y bajo la cabeza permitiendo
que su cabello cubriera parte de su rostro un poco lastimado, en cambio El
Príncipe extendió sus brazos al viento mostrándose imponente a los que abajo
observaban y las siete bestias se colocaron en una misma línea.
Lo que un día se pronosticó era
ya una realidad.
El Rey gritó tan fuerte que
provocó un tornado en el viento, alzó la mirada y de sus labios empezó a correr
sangre. En un segundo voló detrás del cuerpo del Príncipe para abrazarle y así
detener sus movimientos, este en su intento por zafarse enterró sus dientes en
los brazos del Rey, el que fue su maestro. Ambos se retorcían de dolor… y de
placer.
- ¡No eres el mismo de antes!
El Príncipe uso toda su fuerza y
tiró de los brazos del Rey para hacerlo volar en el viento hasta que se
estrelló en la arena. Mientras el cuerpo del Rey rompía la fuerza del viento,
por su mente pasaban tantas escenas de cuando su presencia lo hizo colocarse en
la cima… sonrió por un instante. Su cuerpo golpeo tan fuerte que tembló en el
lugar.
El Príncipe observaba como las
bestias se reunían alrededor de aquel Demonio tirado en la arena. Se dejo caer
con la espada la mano dispuesto a enterrarla hasta lo más profundo del cuerpo
del Rey y así apagar el infierno en el universo.
Las bestias gemían provocando un
eco espantoso en el viento, inclinaban la cabeza y sus ojos brillaban
encendidos por el infierno que el cuerpo del Rey les transmitía, quien en
cuestión de segundos levitó en el viento, abrió los ojos y cayó de pie.
El cuerpo del Príncipe perdió
control por la misma fuerza con la que se dirigía para matar al rey. No había
más tiempo y El Rey levantó su espada enterrándola en el corazón del Príncipe,
quien abrió sus ojos antes de expirar a la cumbre que merecía.
El Rey alzó la mirada y llevó sus
manos al cuello, había sido herido de muerte por el filo de la espada del
Príncipe. Cayó y suspiró, entonces el caballo se recostó a su lado agachando su
cabeza a la tierra, la pantera rugió y las demás bestias hicieron lo propio a
su instinto.
La música del infierno reveló el
silencio del final.
The Legendary King había muerto y
con el, el infierno se convirtió en cenizas revelando el lujoso camino que lo
llevó a la perdición.
Dedicated to my Beloved Friend: Sergio.
(Relato escrito en abril de 2011)
(Relato escrito en abril de 2011)